Políticas de higiene municipal en Logroño a lo largo del último tercio del siglo XIX

  1. Cerdeira Alonso, Juan Ramón
Dirigida por:
  1. José Miguel Delgado Idarreta Director

Universidad de defensa: Universidad de La Rioja

Fecha de defensa: 23 de julio de 2013

Tribunal:
  1. Manuel Suárez Cortina Presidente/a
  2. Begoña Arrúe Ugarte Secretaria
  3. Gonzalo Capellán de Miguel Vocal
  4. Josep Bernabeu Mestre Vocal
  5. María Dolores de la Calle Velasco Vocal
Departamento:
  1. Ciencias Humanas

Tipo: Tesis

Repositorio institucional: lock_openAcceso abierto Editor

Resumen

A principios del siglo XX, el Director General de Sanidad, Ángel Pulido, felicitaba públicamente a la ciudad por sus logros higiénicos; esto contrastaba con lo que, apenas unas décadas antes, Pascual Madoz escribía en su Diccionario geográfico estadístico histórico de España y sus posesiones de Ultramar en el que describía la población logroñesa como una de las más sucias de todo el país. La capital riojana había sido una pequeña ciudad organizada alrededor de dos o tres calles paralelas al río Ebro, cruzadas por callejuelas. Fue el aliciente de la mejora de la salud pública y del ornamento el que hizo mejorar su urbanización, dejándose aconsejar por las ideas de la higiene de la época; el resultado fue la aparición de calles anchas, bien ventiladas y, en general, saneadas. Dentro de los proyectos que se realizaron en infraestructuras en este periodo, la traída de las aguas potables desde el cercano río Iregua fue quizás el más audaz y el que ocasionó más problemas y discusiones a nuestros ediles. Aprovechando las acequias para crearlo, el sistema de alcantarillado ya había sido comenzado anteriormente; en éste periodo fueron perfeccionándolo. Cambiaron algunas conducciones que resultaron ser ineficaces o imperfectas; mejoró también el modelo estructural de las alcantarillas; y aún así, siguieron existiendo problemas con los flujos de agua que resultaron ser insuficientes. Se hizo todo lo posible para alejar los ganados del casco urbano. Sólo consentían unas pocas cabezas pertenecientes a pequeños propietarios que no podían asumir tales medidas. En cualquier caso, se vigilaron las condiciones de espacio e higiene de los locales dedicados a acoger animales. El antiguo matadero de la calle Carnicerías se había quedado pequeño; por ello, se decidió crear uno nuevo en la calle Barriocepo para usarlo sólo con las reses de cerda. Enseguida empezaron a planificar el que acabaría construyéndose en la otra orilla del río Ebro, cuyo edificio hoy es utilizado por la Casa de las Ciencias, y que fue modélico en su momento. A los establecimientos de carnes se les exigió unas medidas especiales de higiene que, en general, cumplieron. Sin embargo, intentaron extenderlas sin tanto éxito a los que vendían mondongos, carnes de inferior calidad, más baratas y que eran consumidas por una clase social más pobre. El cementerio de la ciudad, de propiedad eclesiástica, se encontraba en la otra orilla del río Ebro. Tras quedarse pequeño, se empezó la construcción de uno nuevo a su lado, esta vez de propiedad municipal. Desde la perspectiva de las epidemias, la del cólera, que fue la que más alarma social creó y la que más impulsó reformas higiénicas que luego perduraron en el tiempo. Las autoridades riojanas y la población en general estaban especialmente sensibilizadas ante esta enfermedad porque Logroño había sufrido muchas bajas en la ocurrida en 1855. Durante esta epidemia, se empezó a dar mucha importancia a la desinfección del alcantarillado y la consideraron explicativa de la baja incidencia que tuvo la enfermedad en esta ocasión. Pelegrín González del Castillo y Ezequiel Lorza, propietarios de un Instituto de Vacunación, junto con Donato Hernández Oñate, titular de una Topografía Médica de la ciudad, levantaron un informe favorable tras ser comisionados por las autoridades riojanas para conocer de cerca el trabajo de Jaume Ferrán, que estaba utilizando con éxito una vacuna anticolérica preparada por él en varias ciudades levantinas. Otras enfermedades epidémicas como la viruela, la difteria y el sarampión aparecieron durante este periodo en forma de pequeños brotes epidémicos. Para la viruela se insistió, como en otras partes del país, en el uso de la vacuna. En Logroño fue preparada directamente de la ternera, en un Instituto de Vacunación pionero creado por los médicos antes citados; así se evitaba la degradación que suponía el transporte y almacenamiento de linfas procedentes de otros orígenes. Más polémica se formó por el Instituto Antidiftérico que crearon otros dos médicos, Eusebio Vallejo y José María Bustamante. Fue instaurado para preparar el suero Roux, siguiendo una propuesta procedente de la autoridad nacional. Sus comienzos coincidieron con una epidemia de esta enfermedad, lo que produjo una sospecha de pudiera haberse originado en su interior. Fue necesario un informe completo y contundente del Colegio de Médicos y Farmacéuticos para dejar claramente descartada dicha posibilidad. Para el sarampión, la principal medida que se tomaba cuando aparecían los brotes epidémicos era el cierre de las escuelas, pero sin descuidar aquellas otras de carácter más general, incluido el uso de los desinfectantes. De hecho, finalizado el siglo, en la Casa Cuna hubo uno importante que fue rápidamente combatido por las ya existentes brigadas de desinfección, las cuales fueron puestas en marcha durante este periodo.