El trabajo y los trabajadores en Logroño entre la peste y la gran crisis castellana1599-1630
- José Luis Gómez Urdáñez Director
Universidad de defensa: Universidad de La Rioja
Fecha de defensa: 01 de julio de 2013
- Pedro Luis Lorenzo Cadarso Presidente/a
- Francisco García González Secretario/a
- Antoni Passola Tejedor Vocal
- Alberto Angulo Morales Vocal
- Rafael Torres Sánchez Vocal
Tipo: Tesis
Resumen
Logroño era en el siglo XVI un importante centro comercial en la ruta que unía el Reino de Castilla con los puertos vascos y el reino de Navarra. El puente del Ebro y la aduana favorecieron el enriquecimiento de las familias de mercaderes ¿muchos de ellos, conversos- que se harán con el control de la ciudad en el siglo XVII tras emparentar con las familias hidalgas más poderosas de Logroño. Su imbricación en las redes comerciales, conectadas a través de arrieros, permitió invertir en el negocio del vino el capital obtenido del comercio de lanas y tejidos, entre otros productos que nutrían las rutas castellanas hasta Flandes. Así pues, el vino como objetivo inversor fue ya un elemento diferenciador con Castilla en el comienzo y lo será también cuando llegue la crisis tras la epidemia de peste en 1599. El siglo XVI había supuesto para la ciudad de Logroño un período de expansión urbana y de concentración de la riqueza. La ciudad creció y se dotó de casas singulares y modernas en los barrios nuevos que se abrían en torno a la plaza del Mercado, palacio del obispo, ayuntamiento y, en fin, la calle de la Herventia (Portales). Se amplía La Redonda, se remodela el Puente del Ebro y se recompone la muralla. Así, Logroño fue la ciudad próspera que atraía, tanto a artesanos, trabajadores y mercaderes, como a instituciones, incluyendo el célebre tribunal de Logroño, que se trasladó desde Calahorra en 1570. La riqueza también propició la llegada de nuevas órdenes religiosas: durante este siglo se fundarán los conventos de las franciscanas, las agustinas y los jesuitas, cuya presencia fue demandada y favorecida por las familias más ricas de la ciudad. El rico mercader Juan de Enciso apoyó la fundación del convento de la Madre de Dios para mostrar su riqueza y colocar a sus tres hijas. La presencia de la Compañía, con la creación del colegio, vino a satisfacer la demanda de las familias hidalgas y burguesas que pretendían enviar a sus hijos a la universidad, una forma de elevación social, pero también el medio de alcanzar un puesto en las instituciones de la monarquía y aquilatar el ennoblecimiento. El dinero del comercio y la expansión del cultivo de la vid atrajeron a nuevos pobladores, trabajadores y artesanos. Canteros, escultores, pintores, plateros o vidrieros fueron necesarios para las nuevas obras en las iglesias y las viviendas; los sastres y zapateros para la demanda de la población, etc. Sin embargo, el siglo XVII supondrá el final de esa prosperidad y el inicio de un período de crisis económica que terminó por desplazar la riqueza del comercio y la fabricación de bienes hacia el mundo agrario, en lo que Logroño al menos pudo distinguirse manteniendo la producción de vino y su comercialización por la rutas tradicionales hasta los mercados vascos, menos castigados por la crisis a causa del cultivo del maíz. Los mercaderes de tejidos europeos, hierro vasco, aceite de ballena y pescado radicados en Logroño aún se mantuvieron en el negocio, pero los maestros artesanos sufrirán en mayor medida por depender de la demanda local. Ésta se reducirá debido a la pérdida de población provocada por la peste de 1599 y a la asfixia que sufrirán los habitantes de una ciudad fuertemente endeudada por culpa de la mala gestión y el fraude cometido por las autoridades municipales (lo que provocó la intervención de los funcionarios de Hacienda de Burgos). En esas circunstancias, las élites de la ciudad se enfrentaron violentamente por el poder que dimanaba del dominio de los resortes municipales. Así, las grandes familias terminarán por apoderarse del concejo en 1630 gracias al apoyo de la Corona, que prefería la estabilidad y el dinero con el que los poderosos compraron los regimientos, y al corregidor, que fue su brazo ejecutor. Terminaba así una lucha entre las élites que había generado una fuerte deuda en el concejo y que recayó sobre el conjunto de la ciudad a través de las sisas impuestas sobre los alimentos y las mercancías. Los trabajadores, artesanos, mercaderes de menudo, labradores y jornaleros, tuvieron que pagar durante décadas por una deuda que no habían generado, mientras el acuerdo de perpetuar los regimientos entre las grandes familias, en 1630, terminó con la movilidad social y la participación política de forma que la ciudad quedará en manos de la oligarquía hasta 1801, momento en el que se consumirán las regidurías perpetuas y se harán electivas. La consecuencia en el mundo del trabajo fue que la pujanza artesanal de Logroño retrocederá. Los maestros que dependían de la demanda interna, como los zapateros, herreros, cerrajeros o sastres, además del sector de la construcción, como yeseros y carpinteros, disminuirán en número. La reducción del número de habitantes y su empobrecimiento provocará el retroceso de la demanda. Los habitantes de Logroño gastarán menos en vestido y calzado y caerán las obras de construcción y rehabilitación de viviendas hasta el punto de que el ayuntamiento se preocupe por el incremento del número de casas que amenazaban ruina. La situación recesiva provocó protestas de algunos gremios, lo que motivó que el ayuntamiento impusiera una normativa laboral que recogió bajo la forma de ordenanzas de Policía y que hizo públicas en 1607. Confiteros, calceteros, yeseros, zapateros, sastres, tejedores, cordoneros y ensambladores se veían compelidos por unas normas impuestas que no salían de su gremio, por lo que la conflictividad laboral no cesó. Hubo verdaderas huelgas, o ¿retiradas del mercado¿, como denominaron los zapateros al plante por la reducción de precios del calzado impuesta por el ayuntamiento. Los cereros, un gremio más rico, respondieron con un pleito en la Chancillería de Valladolid a la regulación a la baja del precio de venta de sus productos. En el caso de los más pobres, los jornaleros, la respuesta era muchas veces huir de la ciudad en busca de trabajo en otros sitios. En cualquier caso, la situación de Logroño no es distinta a las ciudades castellanas de su tamaño, sólo que, como hemos demostrado en la tesis, gracias a la documentación conservada sobre el almacenamiento de vino en la ciudad, el gran negocio permitía la participación de todas las capas sociales, desde los jornaleros a los grandes comerciantes, desde el clero conventual a los burócratas. El vino fue ya, entre la peste y la gran crisis, el elemento diferenciador de una ciudad que resistió la crisis secular, aunque lo hizo a costa de mantener empobrecidos a los sectores dependientes del trabajo. La tesis contiene varios apéndices, entre ellos, las calas y catas del vino existente en las bodegas logroñesas y numerosos contratos de maestros.